Noventa años de trayectoria de VCG Decoletaje

El noventa aniversario de VCG Decoletaje da pie para recordar con Rodolfo Urcelay -nieto de los fundadores- algunos de los momentos de esa trayectoria. Nos habla de los inicios, cuando sus abuelos Cándido y Emeteria Gastelurrutia trabajaban en el taller, con algunas pequeñas máquinas que habían montado y tenían como único cliente a Alfa. “Tenía un amigo allí y les presentó unas muestras. Al principio le dijeron que no valían porque estaban torcidas, pero posteriormente homologó los tornillos y empezaron a trabajar con ellos.”

Eran tiempos en los que el único equipo era la familia y se hacían las cosas con los medios al alcance. Por ejemplo, el servicio de transporte lo realizaba Emeteria en el tren que iba a Eibar. Solía aprovechar que en el apeadero que había cerca de Alfa, un poco antes de llegar a la estación de EIibar, el tren disminuía la velocidad. En el andén solía esperar un empleado de Alfa, a quien entregaba las típicas bolsas de tela de la época llenas de tornillos sin bajarse del tren. Una vez hecha la entrega, se bajaba del tren en la estación principal de Eibar para tomar el siguiente tren en dirección a Berriz. También las máquinas eran “de otro mundo”. Funcionaban con transmisión a través de un eje central que se encontraba en el techo e iba con poleas. De esas poleas bajaban unas correas a las máquinas y estas tenían otras poleas de mayor y menor diámetro para imprimirle mayor o menor velocidad al trabajo. Cuando no había electricidad, un motor a gasoil ponía en marcha el eje de transmisiones.

 

El equipo que realizaba las segundas operaciones

El padre de Rodolfo, Eduardo Urcelay, entra en la empresa en 1948 cuando se casa con Concepción Gastelurrutia. Concepción desde que era una niña, y siempre que sus obligaciones escolares y las labores del hogar se lo permitían, también solía colaborar en los trabajos del taller. Le contaban a Rodolfo como anécdota que mientras él estaba llegando al mundo, en 1949, su padre tuvo que ir a Mungia a comprar un transformador. Eduardo incorporó algunas máquinas Feinler y fue preparando una colección de fichas que recogían cómo se hacían las piezas más repetitivas -el tipo de leva, el engranaje, el tipo de cuchilla, etc- para poder aumentar la producción. Esta inquietud le llevaba a buscar las posibles mejoras a la maquinaria y para ello contaba con un amigo fabricante que los domingos visitaba el taller y estudiaban juntos su funcionamiento.

Es de resaltar que los tornos de aquella época eran muy rudimentarios y apenas realizaban un par de operaciones a la pieza en cuestión. Habitualmente las piezas se terminaban en otras máquinas de segundas operaciones: taladros, roscadoras, refrentadoras, etc. Para estas segundas operaciones contaban con alrededor de 20 personas que realizaban labores auténticamente artesanales a la hora de preparar las máquinas. Las tareas de 2ªoperacioens solían realizarse por mujeres, que demostraban mayor destreza y habilidad en la manipulación de piezas pequeñas.

Mención especial requiere el trabajo realizado por Jesús Aldecoa, encargado general de mecanización y mantenimiento, Hilario Albizuri, encargado de la sección de 2ªOperaciones, y Vicente Barrueta, carga de máquinas, materiales y herramientas.

Rodolfo Urcelay indicando hasta dónde había llegado el agua en la inundación de 1983

Los negocios también se hacían de otra forma. La relación con su principal cliente, Alfa, era de amistad. La subida de precios se acordaba una vez al año, según el IPC, y era “palabra de vasco”, se concretaba verbalmente en una reunión sin ningún documento escrito. Cuando tuvieron que buscar más clientes Eduardo contactó con la fábrica de las motos Vespa y empezaron a trabajar con ellos. “Entonces era impensable que empresas tan fuertes se pudieran hundir, pero años después sucedió: máquinas de coser Alfa desaparecería y Vespa también.

Eduardo Urcelay observando el destrozo de las inundaciones del 83

Primera máquina de control numérico

En 1975 Rodolfo entra en la empresa y coinciden una sucesión de hechos desafortunados. En 1976 tuvo que enfrentarse a una inundación de metro y media en todo el taller. La empresa se recuperó “a duras penas” hasta que en 1981 vino la crisis. “Entonces estábamos trabajando con 6 o 7 máquinas para una empresa, pero empezaron a devolvernos las letras…” En el mes de junio se vio con todas las máquinas paradas y con una producción que no le podían pagar, así que para hacer frente a la situación tuvo que solicitar un préstamo y consiguieron salir adelante. A primeros de enero de 1982 se transformó la empresa en Sociedad Anónima. En el año 1983 de nuevo inundaciones… “y otra vez a remar, a remar… con unas angustias increíbles, pero seguimos”.

A principios de la década de los noventa -1991-92– Rodolfo y Eduardo ponen las bases de lo que hoy es la empresa, comprando la primera máquina de control numérico Miyano que utilizaron para hacer piezas especiales.

Su afán era incorporar tecnología para cambiar la forma de fabricación y así lo hicieron, incorporando después otras tres máquinas de control numérico -algunas de cabezal móvil-.  Hasta esta década las labores administrativas de todo tipo eran llevadas a cabo por ellos dos y la ayuda de María Paz Gallastegui, José Mari Zarrabeitia y el asesoramiento de la gestoría Gorrotxa. El crecimiento del volumen de trabajo y personal hizo que en esa década se conformara paulatinamente el equipo de profesionales, factor clave para el desarrollo posterior de la empresa: Pello Beistegui en la gerencia, José Luis Ansola en el departamento de calidad y Carlos Riera en producción. Según afirma Rodolfo “La incorporación de profesionales responsables y válidos ha permitido que entre todos podamos salir adelante”.